En marketing político atrasa todo el mundo
Por Ricardo D. Martín (*)
Hace casi 20 años escribí un ensayo planteando la posibilidad de que estuviéramos asistiendo, por entonces, al “fin de la historia de la manipulación”.
El razonamiento estaba basado en el comportamiento de los ciudadanos norteamericanos en las elecciones legislativas y para gobernadores realizadas a principios de noviembre de 1998, oportunidad en que (dije) se verificó un dato que es, tal vez, la ratificación de una tendencia que puede ser el presagio del fin de buena parte de la historia moderna de la comunicación y que debería generar, por tanto, para los especialistas, la necesidad de investigar muy seriamente sobre nuevas teorías para la elaboración del mensaje destinado a influenciar, motivar y provocar un determinado comportamiento del público.
Se había evaluado que en el resultado de aquellos comicios solo un 10 por ciento de los electores tuvo en cuenta el tema sexgate-Clinton-Lewinsky al decidir su voto; es decir, que la mayor parte de los ciudadanos norteamericanos no votó por los temas escandalosos que propusieron los medios sino por otros más concretos, los que tenían que ver con su propia vida, con sus necesidades.
Se ratificaba así la tendencia que se venía evidenciando desde que el tema Lewinsky se instaló con evidente intención de dañar la imagen del presidente Clinton con vistas a las elecciones: el público advirtió que se trataba de una manipulación, de una estrategia de comunicación y no “se tragó el sapo”: mientras calificaban malamente las desventuras sexuales del máximo habitante de la Casa Blanca, lo seguían “bancando” en las encuestas y en los sondeos previos a las elecciones, “separando la paja del trigo” cual expertos analistas, situación que se prolongó aún durante el juicio al que lo sometió el Senado de su país, que culminó con la absolución, decisión en la que la opinión pública seguramente tuvo gran peso.
Argumenté que tal vez podía tratarse de un suceso aislado, un caso particular, o que en todo caso había ocurrido allá, con la salvedad de que no se trataba de un dato menor que “allá” era donde se elaboraron las principales teorías y se perfeccionaron las técnicas que influenciaron toda la comunicación de occidente desde fines de la década de 1940 hasta ese momento.
Lo que ocurrió a partir de ahí ayudó a reforzar la tesis, sobre todo por los avances tecnológicos, aportes impensados y sustanciales a esa modificación en ciernes en los formatos de la comunicación. La telefonía celular, Internet, la expansión de las redes sociales, tornaron más vertiginoso y profundo el cambio.
Las personas ahora acceden a la información aún sin proponérselo y por lo general a través de la web, en sitios o grupos, con usuarios o contactos, en los que confían y con los cuales, a veces, interactúan. Al tiempo que aumenta el recelo a los medios convencionales y ni qué decir a las vetustas desacreditadas estructuras políticas.
Que aún no se haya tomado debida nota de esto es otro síntoma del alarmante y creciente achicamiento en la calidad de los líderes, dirigentes, consultores y demás involucrados, en todo el mundo.
Esto explicaría la imposibilidad actual de prever el comportamiento de los ciudadanos que se manifiesta en el rotundo fracaso de las encuestas destinadas a conocer los estados de opinión, ideas, características o hechos específicos. El reciente triunfo del “no” en el plebiscito por los acuerdos de paz entre el gobierno colombiano con las FARC; los resultados del referéndum por la salida del Reino Unido de la Unión Europea (Brexit); el triunfo de Donald Trump en las elecciones de EEUU, son algunos ejemplos notorios de ello.
El caso de las últimas elecciones presidenciales en Argentina es muy representativo también: hubo inicialmente un fallido, descarado, afán por menguar el desempeño de una tercera fuerza (el Frente Renovador de Sergio Massa) en las PASO (primarias), acentuado posteriormente en el camino hacia octubre de 2015 intentando imponer otra vez sin éxito una polarización entre quienes resultaron luego los más votados, uno de los cuales, el que perdió y a quien las encuestas le otorgaban preferencias, había concitado el mayor apoyo de sectores, comunicadores y medios de comunicación dominantes.
La calidad de la influencia que ejercen sobre el público periodistas y medios de prensa en general, continúa en declive. Registran cada vez menos rendimiento en términos de rating, audiencia o cantidad de ejemplares vendidos. Ya no están en condiciones de manipular a la gente; en todo caso, los más competentes manipulan la información acompañando el ánimo de la gente.
El nuevo contexto obligaría a un estudio formal y riguroso pero la primera conclusión que el sentido común aconseja es aferrarse a la verdad, a la sinceridad; al encuentro de la coincidencia entre lo que se afirma con los hechos, con la realidad; a la fidelidad a las ideas.
(*) Ricardo D. Martín, editor, dirigente político. En Facebook: PP – @parlamento.popular
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