¿Termina la “memoria hemipléjica” en la Iglesia?
Por Mario Caponetto
La Fe de Cristo fue sustituida por la falsa utopía de la revolución comunista, y el lugar de la esperanza cristiana fue ocupado por la ilusión falaz del paraíso marxista.
Ha causado profunda sorpresa, fuera y dentro de los medios católicos, el Discurso del Papa Francisco, dirigido a los miembros de la Pontificia Comisión para América Latina, pronunciado en Roma el pasado 28 febrero 2014.
Hablando acerca de los desafíos que enfrenta hoy la Iglesia en la misión de transmitir la Fe a los jóvenes, el Santo Padre ha reconocido, expresamente, que en la Argentina, en los años setenta muchos jóvenes provenientes de círculos y ámbitos católicos formaron en los cuadros de la guerrilla.
He aquí las palabras textuales del Papa: “Otra cosa que es importante para la juventud, transmitir a la juventud, a los chicos también, pero sobre todo a la juventud, es el buen manejo de la utopía. Nosotros en América Latina hemos tenido la experiencia de un manejo no del todo equilibrado de la utopía y que en algún lugar, en algunos lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó. Al menos en el caso de Argentina podemos decir ¡cuántos muchachos de la Acción Católica, por una mala educación de la utopía, terminaron en la guerrilla de los años setenta!”.
Resulta ocioso señalar la importancia de este reconocimiento, el primero que se hace oficialmente en la Iglesia y nada menos que por boca del Papa.
La Jerarquía católica argentina (salvo excepciones) ignoró siempre este hecho, pese a su enorme gravedad; la memoria histórica eclesiástica, también ella afectada, al parecer, de cierta hemiplejía, nunca lo registró. Pero, ahora, la palabra papal pone el tema sobre el tapete y va a ser muy difícil seguir eludiéndolo.
El Papa ha dicho lo suyo; y es bastante. Lo que da ocasión a que se recuerden algunas cosas. Por ejemplo cuáles fueron las causas de que tantos jóvenes católicos terminaran en las filas del terrorismo y quienes los responsables de este hecho atroz. Los hombres de mi generación, la del Papa, conocen por experiencia directa, la respuesta. Lo han vivido.
En el clima de confusión y de agitación que signó los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II, se impuso en numerosos círculos católicos una visión adulterada de la Fe. La Fe de Cristo fue sustituida por la falsa utopía de la revolución comunista y el lugar de la esperanza cristiana fue ocupado por la ilusión falaz del paraíso marxista.
La teología de la liberación, primero, el tercermundismo, después, crecidos ambos al calor del desbarajuste posconciliar, fueron los instrumentos ideológicos que posibilitaron el pasaje de tantos jóvenes de la filas de la más acendrada militancia católica a las huestes partisanas. Este trasiego de la Fe de Cristo a la herejía tercermundista y liberacionista es la causa profunda del hecho hoy, finalmente, reconocido por la más alta voz de la Iglesia.
¿Y a quienes hay que imputar la responsabilidad de esta verdadera tragedia que tanto daño hizo a las almas y contribuyó en gran medida a sumir a la Argentina en un baño de sangre? En primer lugar, a los Pastores que por acción u omisión, no cumplieron con el grave deber de cuidar el rebaño a ellos confiados.
Los que reaccionaron y se opusieron -tal, entre otros, los casos de Monseñor Castellano, arzobispo de Córdoba (la rebelión contra este santo obispo lo dirigió su auxiliar, Angelelli) y Monseñor Buteler, arzobispo de Mendoza- fueron literalmente barridos de sus diócesis y abandonados, duele decirlo pero es la verdad, por la Santa Sede. El único obispo que logró resistir la marea tercermundista en su jurisdicción y ser entendido por Roma, fue el arzobispo de Rosario, Monseñor Bolatti. Cuando el Episcopado reaccionó colectivamente ya era tarde y el mal había avanzado demasiado.
Hubo, también, felizmente muy pocos, pero los hubo, obispos que promovieron expresamente la subversión, que la alentaron y a quienes les cabe una responsabilidad mayor. Finalmente, hay que sumar a todos estos los numerosos sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, catequistas y dirigentes laicos que no solamente empujaron a los jóvenes a la guerrilla sino que ellos mismos, en muchos casos, tomaron las armas.
Esto hay que decirlo. Pero no, como pueda pensarse por una mera reivindicación de la verdad histórica (que es importante) ni menos aún por una pobre justicia humana que ya no puede alcanzar a nadie. No, hay que decirlo en razón de la Fe, como una exigencia de la Fe. Porque lo que aquí se juega es, precisamente, la Fe. El mismo Papa, en el discurso que comentamos, lo dice: “El futuro, ¿cuál es? Una obligación. La traditio fidei es también, traditio spei y la tenemos que dar”.
Es decir, transmitir la Fe y la Esperanza que vienen de lo alto en lugar de hacernos cómplices de los mesianismos demasiado terrenos. Y esto suena más católico que la utopía.
Reflexión
Hay que sacar experiencia de la grave manipulación de la juventud, cuya característica esencial, biológica, es el ser adolescente.
No solo implica a los menores de 20 años, sino también a bastantes mayores que no logran salir de ese estado retardatario cuya característica esencial es la inexperiencia o la ignorancia de la vida; lo que tratan de disimular con expresiones y acciones extremas, generalmente utópicas y violentas a veces, pero en el fondo son inexpertos, y si son mal guiados, se convierten en lo que nadie quiso nunca ni se quiere para nadie: fundamentalistas y delincuentes.
Esos no son buenos católicos ni buenos ciudadanos. Ellos no trabajan para lograr el bien común que enseñó Nuestro Señor. Ellos desparraman lo bueno y atesoran lo malo. Nosotros buscamos todo lo opuesto.
Nos preguntamos hoy: ¿en los seminarios católicos se siguen preparando a los futuros sacerdotes en la misma forma de todos aquellos que sembraron las ideas del tercermundismo en nuestra patria en la décadas del 60 y del 70?