Sábado a la noche en familia, empanadas, gaseosa, cerveza y una gran película en el cine: “Cuestión de Tiempo”.
Termina el film, se escuchan aplausos, regresamos a casa y en base a lo visto comienza el debate, un lindo intercambio de opiniones y reflexiones sobre la vida. Son esas charlas placenteras, que hacen bien, que por un momento te marcan lo sustancial, aquello que realmente debería importarnos. Recurrimos a experiencias propias, mencionamos situaciones posibles, imaginamos. Ahora imaginen ustedes:
Vivimos apurados y… estamos apurados. Vamos al trabajo, a la facultad, al shopping o a una reunión con amigos. Nos dirigimos corriendo a la parada del colectivo, tenemos la SUBE en la mano, solo necesitamos una “ayuda divina” y que la línea que nos acerca a nuestro destino llegue justo cuando lo necesitamos. El camino hacia la intersección de las calles donde debemos abordar el medio de transporte es interminable y es allí cuando sucede aquello terrible, eso que tanto temíamos: es el fin del mundo, el colectivo acaba de pasar hace unos pocos segundos ante nuestra intensa mirada de desesperación sin que pudiéramos alcanzarlo. Es en ese preciso instante cuando lanzamos una serie de insultos al aire, aseguramos que no podemos tener tanta mala suerte y que somos la persona más desafortunada sobre la faz de la Tierra.
Es solo una situación de las tantas que suceden frecuentemente en nuestros días, de interés según las circunstancias en que se dan, pero totalmente insignificantes, intrascendentes e irrelevantes en el andar de nuestras vidas, que deberíamos tomarlas como tal.
Sin embargo hay quienes dirán: ¿Cómo podemos restarle importancia a una llegada tarde al trabajo o a un ingreso tardío a las aulas de la facultad? La respuesta es simple y llega de la mano de un familiar que en el desarrollo de su punto de vista me deja la siguiente consideración: Es claro que debemos interesarnos en cumplir correctamente con nuestras responsabilidades y velar por un normal desenvolvimiento de nuestras actividades, pero no debería tomar mayor trascendencia de la que merece; como tampoco deberíamos enloquecer de ira cuando un automovilista tarda una centésima de segundo más de lo esperado en avanzar, ni tendríamos que sufrir exageradamente luego de una mala jornada laboral o un fallido parcial universitario, por el solo hecho de que la vida alberga innumerables situaciones dolorosas, trágicas y problemáticas de la magnitud de una enfermedad o una muerte, que justificarían sobradamente una depresión, una angustia y un fatal estado de ánimo en las personas.
Es verdad que resulta todo un reto enfrentar nuestros días de una manera tan descontracturada. ¿Cómo hacer que los inconvenientes comunes y corrientes ni siquiera “nos toquen” ni nos enfaden? Resulta visiblemente complejo hacerlo, pero sería realmente estupendo poder separar los problemas simples con los que convivimos, de los infinitamente más graves que nos golpean y nos hacen caer.
En la teoría, bastaría con observar un poquito a nuestro alrededor y percibir el verdadero sufrimiento de los demás, de aquellos que deben seguir viviendo con una tragedia a cuestas y saber que siempre “se puede estar peor”. Desde chiquito, mis padres me enseñaron a estar agradecido de poder despertar cada día con vida y ante cualquier adversidad, me repetían a forma de consuelo: “No te pongas mal por esto, hay tantas cosas importantes en la vida para hacerse problema…”.
Aunque en la práctica parece imposible lograrlo, si tenemos en cuenta que la vida es tan corta no es descabellado evitar angustiarse injustificadamente.
Es imperioso disfrutar aquellos momentos inigualables que pueden no volver a repetirse, porque hoy estamos pero mañana no sabemos, ni tenemos certeza hasta cuando nos acompañarán nuestros seres queridos, que claramente no será por siempre. Por eso, disfrutemos tanto de las grandes como de las pequeñas cosas, riámonos mucho y con mayor frecuencia, juguemos aunque creamos no tener la edad para hacerlo, no nos hagamos problemas por tonterías y para finalizar, como reza una hermosa canción “Celebra la vida, segundo a segundo y todos los días”, porque al fin de cuentas lo nuestro es solo “cuestión de tiempo”.
Lucas Gabriel – Quilmes – Buenos Aires