Por Eduardo Sánchez-Escribano García de la Rosa (*)
Muchas pueden ser las causas que lleven a una persona, adultos o de corta edad, a un aula de música. Sea como fuere, estamos tomando una inmejorable decisión.
Como bien es sabido y está demostrado por multitud de estudios y expertos en diversas disciplinas, la práctica de un instrumento musical, en concreto, y el dedicarle tiempo y esfuerzo al entender la música, en general, ayuda a activar el desarrollo más pleno e íntegro que el ser humano pueda alcanzar.
Desde los más antiguos testimonios de los grandes pensadores presocráticos, hasta las más actuales teorías como, por ejemplo, la propuesta de las “inteligencias múltiples” de H. Gardner o los famosos compendios sobre inteligencia emocional y social de D. Goleman, avalan esta disciplina como una completa herramienta para ampliar nuestras competencias y habilidades racionales, motrices, sociales y emocionales.
El personaje del profesor en el proceso de enseñanza-aprendizaje es siempre de gran importancia, pero en las disciplinas artísticas y en concreto en la música, es fundamental, prácticamente insustituible.
Por la propia naturaleza de este tipo de enseñanza y la preestablecida estructura individualista de las clases (tema que está plenamente a la vanguardia de debate, pero en el que ahora no vamos a ahondar), la figura del docente es mucho más que eso. Debido a ese modelo tan personalizado de clases, los contenidos, competencias y habilidades que el profesor ayuda a desarrollar, van mucho más allá de lo meramente musical, ya que son incontables las horas que profesor y alumno pueden llegar a pasar a solas.
Independientemente de si los alumnos son adultos, adolescentes o niños, el propio transcurso de los días puede y acabará convirtiendo al profesor en una especie de psicólogo o “coach”, un amigo muy especial, sobre todo porque, antes o después y dependiendo de cómo se gestione el aprendizaje, se empezará a hablar y trabajar el campo puramente emocional; reconocer, crear y expresar, es decir, nuestro lado más íntimo y humano. “Expresar emociones”, ese concepto que divierte a los más pequeños, sonroja a los “quinceañeros” y que resulta un completo tabú para muchos de los más maduros.
De esta forma, la música, en sí misma, deposita una gran responsabilidad sobre difusores y aprendices. Por ello, voy a dividir el texto en dos propuestas diferentes: una destinada hacia alumnos o padres/madres de los mismos y otra hacia los profesores.
Ustedes, alumnos y/o responsables de los mismos, aprecien, valoren y sean capaces de sacrificarse por la clase de música, porque si apreciemos tener herramientas para auto motivarnos, si nos gustaría ayudar a convertir nuestra autoestima en un fiel aliado, si queremos ser capaces de percibir los resultados de un sacrificio o si queremos ser personas emocionalmente inteligentes (entre muchas otras cosas), es necesario.
La música o la educación artística de calidad en general, no es más importante que otros campos de desarrollo como el deporte o la “educación” obligatoria, simplemente es muy importante. Cada vez que alguien menosprecia la educación musical o, peor aún, cada vez que un padre o madre realiza un comentario desvalorizador al respecto delante de sus hijos/as, se está cometiendo un grave atentado contra una de las herramientas que más eficientemente pueden llegar a producir el desarrollo íntegro del individuo en todas sus etapas, desde el nacimiento hasta la vejez.
Nosotros, los profesores, no podemos obviar esta responsabilidad, somos acreedores directos del enorme valor de aquello que intentamos transmitir. Tenemos que ser conscientes de ello, esmerarnos en cada clase como si de una virtuosa interpretación se tratase, elaborar estrategias de aprendizaje a corto y largo plazo, identificar aquellos problemas que van más allá de lo meramente musical y cómo podemos ayudar, ampliar nuestras habilidades y competencias a través de una formación amplia y continua y, sobre todo, hacer pedagogía de la experiencia.
Cada clase, cada alumno y cada curso nos han de hacer mejorar y de no caer en la inercia laboral, porque nuestros alumnos evolucionan, no son un producto estático, y nosotros debemos evolucionar paralelamente, es más, un paso por delante. No podemos exigir respeto ni imponer valor si no presentamos una actitud recíproca. Tampoco podemos olvidar lo mucho que podemos influir, conscientemente o no, en la vida de una persona, sobre todo y desde mi punto de vista, de los más pequeños, porque tras horas y horas de clases individuales o muy reducidas, transmitimos infinidad de valores, habilidades, opiniones, actitudes y aptitudes, es decir, educamos con mayúsculas.
Padres, madres, alumnos y profesores, concienciémonos, valoricemos, no cuestionemos, no obviemos, escuchemos, analicemos, seamos responsables, exigentes y capaces de ver más allá, pues toda arma es válida para la guerra que la educación artística libra actualmente con las instituciones y parte de la sociedad en general o, simplemente, con todos aquellos que no han tenido la suerte de acceder a una educación musical de calidad; con profesores responsables y cercanos a un contexto que les haya permitido sentir “el valor”.
(*) Eduardo Sánchez-Escribano García de la Rosa
Eduardo Sánchez-Escribano García de la Rosa es un músico español que estudia, practica y ejerce diversas disciplinas musicales; interpretación, dirección, pedagogía y gestión de proyectos. En su plataforma digital “MUSIC, THINK & SHOUT” crea y divulga contenidos digitales relacionados con la música, el arte, la pedagogía, la filosofía y la cultura en general.
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