Las elecciones legislativas de octubre van a incidir de modo sustancial en el devenir político de este 2017: oficialismo y oposición van a sazonar sus movimientos con el condimento picante de los tiempos electorales.
En un error de cálculo monumental, sobre finales del año recién concluido, algunos opositores creyeron llegada la hora de los aprestos. Con la excusa de la demora en el debate de la reforma al impuesto a las Ganancias que grava los salarios, montados en la absurda especulación del gobierno con relación al tema, las huestes de Sergio Massa tejieron una alianza con el resto de los bloques opositores para activar el tratamiento en el Congreso. Una desproporcionada y sorpresiva huelga de los sindicatos del transporte de pasajeros para apoyar el proyecto y la imagen del líder del Frente Renovador junto a figuras emblemáticas del kirchnerismo terminaron de redondear el crucial paso en falso que forzó y posibilitó, otra vez, una más amplia negociación del oficialismo para imponer la sanción de una norma más cercana a sus planes.
El traspié de Massa lo forzó a un prudente abandono de la escena pero su cuidado retorno no pudo ser más desafortunado: se mostró con traje de gala en la ceremonia de asunción del inefable nuevo presidente de Estados Unidos y trascartón, ya con vestimenta de ocasión, en la multitudinaria protesta femenina contra Trump. Dicen que del ridículo no se vuelve.
El pronóstico del tiempo electoral no es tarea sencilla; sin embargo, despuntan algunas señales claras en el horizonte.
Macri parece vislumbrar, por ejemplo, que ya nadie le aceptará el convite al diálogo y la concertación (supondrá lo opuesto) y debe radicar allí su compulsión por los decretos, aprovechando el receso del Poder Legislativo. Y sabedor de que se acaba el crédito de la paciencia ciudadana, le sacude la modorra a diario al numeroso equipo que lo acompaña. Los pocos cambios que introdujo en el gabinete, se especula, se asientan en la necesidad de evitar discordancias y cohesionar las fuerzas, propia y aliada. Y en la premura por alcanzar, al fin, resultados concretos en la percepción popular, lo que, se estima, lo inducirá a tomar medidas de las denominadas populistas, financiadas con endeudamiento externo, enmarcado en el incierto escenario mundial que se está montando tras los cambios producidos en Estados Unidos.
A pesar de su probada falibilidad, la dirigencia política, toda, analistas y consultores, insisten en observar encuestas, sacar conclusiones y actuar en consonancia con ellas. No comprenden el comportamiento de los ciudadanos o, peor, hacen lecturas erróneas. En esta, nuestra democracia todavía imberbe, muchas veces renga y tuerta, la gente, la mayoría no ideologizada del pueblo, vota “en defensa propia” optando entre la pobre oferta electoral de la que dispone, producto de la notoria crisis de representatividad, debido al deterioro de los partidos políticos y la ineptitud o mezquindad de los dirigentes para reconstruirlos.
En tal contexto se acentúa la orfandad de la sociedad. Dando por válida esta hipótesis e imaginando las opciones de que dispondrá el electorado, es probable que el oficialismo no necesite mucho para repetir el triunfo electoral de 2015; no más que algunos logros concretos y ningún otro de los groseros errores en que suele incurrir el elenco gobernante. Pifias, por otra parte, atribuibles al marco conceptual y al sistema de ideas que campea en la alianza de gobierno.
Es altamente improbable que Cambiemos tenga como oponente al peronismo unificado. Con las contradicciones antes señaladas de Sergio Massa, su agrupación, el Frente Renovador, será posiblemente el principal contendiente. Claro que enfrenta un dilema de compleja resolución: necesita del voto peronista que por un lado no podrá aglutinar pero que si lograra hacerlo lo alejaría del voto independiente, buena parte del cual, presuntamente, ya ha perdido.
El Peronismo “oficial”, por su parte, pena con otra disyuntiva: no termina de desprenderse del lastre que representa la fabulosa estafa ideológica y material que en su nombre, nunca desautorizado, consumó el kirchnerismo. Es más (peor aún), la ex presidente decidió que sus seguidores (los que se reivindican peronistas) se afinquen en la estructura orgánica, al menos en la provincia de Buenos Aires, ámbito principal del intento de resolución de la crisis partidaria y de incidencia vital en los resultados de octubre.
El peronismo es a Massa lo que Cristina Kirchner es al peronismo. Salvo Scioli, que ha decidido atar su destino a ella, el resto comprende la dificultad que supone desligarse de la responsabilidad que le cabe por haber consolidado la situación de pobreza de un tercio de la población, por la falta de inversión en infraestructura (sobre todo en el rubro energético) y por el plan sistemático de apropiación de recursos estatales (entre muchos otros desatinos) que dejaron los doce años de ejercicio del poder, buena parte de ellos en condiciones internas y externas altamente favorables.
Para comprobar esa tensión que late en las entrañas peronistas, solo basta ver la soledad en la que transita el calvario de los pasillos de Tribunales donde se tramitan las múltiples causas judiciales que la tienen como testigo, imputada o procesada. Ni el Papa la acompaña ya, ocupado como está en su acción pastoral y al parecer aceptando de buen grado el papel de guía y faro de la diáspora justicialista, doctrina política que profesa Bergoglio.
La ex presidente, para colmo, cuenta con lo que nadie en esas filas, a juzgar por lo que trasuntan las engañosas encuestas: su buena imagen registraría niveles insólitos que rondarían el 30 por ciento de aceptación en la población bonaerense. Claro que de ahí a una postulación hay un trecho enorme e incierto, por la resistencia de quienes tienen un futuro lejos de ella y porque es dudosa su intención de competir asumiendo el riesgo de una nueva derrota, aunque, convengamos, sin ganar podría acceder a una banca que le brindaría cierta inmunidad por ciertos privilegios que otorgan los fueros.
La sociedad, en general huérfana de genuina representación, harta de soportar con su esfuerzo el ajuste de lo que desajustan los mandatarios, seguirá resistiendo ante los perjuicios que devendrán de la puja política que se avecina y volverá a votar por el mal menor, en defensa propia y para sostener un sistema que alguna vez, tal vez, le ofrezca verdaderas alternativas y no meras opciones entre más (o menos) de lo mismo.
© Ricardo D. Martín
Analista político. Es periodista y editor gráfico con más de 30 años de trayectoria. Dirige la Revista VEME, que se edita en Bahía Blanca, su ciudad de residencia. Ha sido asesor de prensa en la Cámara de Diputados de la Nación Argentina.
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